Tu lenguaje corporal puede cambiar quién eres

Es bien sabido que nuestro lenguaje corporal (lenguaje no verbal) es importante a la hora de comunicarnos con los demás. Cuando alguien da una presentación con los brazos cruzados no transmite igual que alguien que usa sus brazos para acompañar sus explicaciones. Si alguien habla tapándose la boca denota falta de seguridad en lo que dice o incluso da a entender que lo que dice es mentira. Esto no son convenciones sociales o culturales. Nuestro cuerpo habla por nosotros, si estamos nerviosos, tristes, eufóricos… Nuestra postura transmite un mensaje sobre nuestra forma de ser o nuestro estado de ánimo.

Cuando un corredor gana una carrera extiende los brazos hacia arriba en forma de V. Es una muestra de orgullo, es internacional, no es un código que haya creado nadie. Forma tanto parte de la naturaleza animal, que incluso personas que han nacido ciegas, cuando ganan una competición deportiva extienden los brazos igual. Y esas personas nunca han visto a nadie hacerlo antes.

Sobre esto hay mucho escrito, cómo afecta nuestro lenguaje no verbal a lo que piensan los demás de nosotros. Pero la pregunta que la psicóloga social Amy Cuddy se hizo fue otra diferente ¿Cómo afecta nuestro lenguaje no verbal a lo que pensamos de nosotros mismos? Y hay evidencias de que nos afecta. Si estamos felices, sonreímos más. Pero también en sentido contrario, si nos obligamos a sonreír, nos alegramos. Si no lo crees, prueba a aguantar un lápiz entre los dientes y verás 🙂

Y así es como Amy Cuddy con su equipo se decidieron a investigar cuáles eran los efectos de nuestro lenguaje corporal en nosotros mismos. Por ejemplo, identificaron posturas que denotan poder (extender los brazos o ponerlos en jarra estilo Wonder Woman) y otras posturas que denotan debilidad (cruzar brazos y piernas, estar contraídos). Dividieron a los asistentes a los experimentos: un grupo realizaba una postura de poder durante dos minutos y el otro grupo una de debilidad. Luego realizaban algún experimento: probar juegos de azar, medir los niveles de ciertas hormonas… Los resultados fueron muy significativos: las personas que habían ensayado posturas de poder mostraban mayor tolerancia al riesgo (mayor optimismo), más testosterona (sensación de poder), y menor cantidad de cortisol (menos estrés).

Con estos experimentos se probó que con tan sólo fingir una postura durante 2 minutos cambiábamos nuestras hormonas, nuestro cuerpo. Y al cambiar nuestro cuerpo estábamos cambiando nuestra mente. Pero ¿qué se puede hacer con esto que sea útil? Y ahí es donde se les ocurrió el experimento de la entrevista de trabajo. Al igual que en los experimentos anteriores, un grupo hacía posturas de poder durante dos minutos y otro grupo posturas de debilidad. Después se sometían todos a una entrevista de trabajo bastante estresante. Los entrevistadores siempre prefirieron a la gente que había tomado posturas de poder antes (por supuesto, sin saberlo). Pero no porque denotaran más situación de poder, sino porque esas personas estaban manejando mejor el estrés de la entrevista, siendo ellos mismos, y mostrando más confianza. De alguna manera:

Nuestro cuerpo cambia nuestra mente

…y nuestra mente cambia nuestro comportamiento

…y nuestro comportamiento cambia nuestros resultados.

Los resultados son muy interesantes, pero si tienes que fingir para conseguir pasar una entrevista, ¿no te sentirás luego siempre un impostor?. Queremos mejorarnos a nosotros mismos, no estar constantemente fingiendo. Pero aquí está el punto mágico del asunto, a la larga ya no tendrás que fingir esas posturas de poder. Sus resultados habrán pasado a formar parte de ti. No es un fake it till you make it, es un fake till you become it.

La charla original en TED es muy motivadora:

{Foto Benjamin Davies}