Los peligros de la meritocracia

Meritocracia: Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales.

La meritocracia es ciertamente atractiva y no sólo para los sistemas de gobierno. Se ha vuelto un ideal social que dice que ciertas cosas de la vida (trabajo, dinero, poder…) deberían adjudicarse en función del esfuerzo y las habilidades de cada uno. Sería lo contrario de los sistemas de castas o hereditarios en los que la fortuna que has tenido al nacer determina como te irá en la vida. No hay nada que defina mejor esta idea que el sueño americano:

La vida debería ser mejor, más rica y llena para todas las personas, con una oportunidad para todo el mundo según su habilidad o su trabajo, independientemente de su clase social o las circunstancias de las que proviene.
James Truslow Adams

No es de extrañar que Estados Unidos sea donde más gente piensa que esto se cumple en su país. Se podría debatir mucho sobre qué país es más o menos meritocrático que otro, pero si aceptamos que no existe ningún sitio 100% meritocrático y que los factores externos a uno (llamémosle suerte) determinan algunas cosas de tu vida: ¿Cómo nos afecta pensar que vivimos en una meritocracia?

El juego del ultimátum es un típico experimento en los laboratorios de psicología. A un jugador (Oferente) se le ofrece que reparta una cantidad de dinero con otro jugador (Respondedor), según prefiera, haciendo una única y definitiva propuesta. El Respondedor por su parte puede aceptar o rechazar dicha propuesta. Si este la acepta, se reparte el dinero como se propuso. Si no la acepta, nadie se lleva nada. Si ofreces poco, es más probable que la otra persona rechace la oferta (incluso si un economista te dice que poco es mejor que nada), así que la mayoría de las ofertas oscilan entre un 40% o 50% del total a repartir.

En una variación de este experimento los participantes jugaban un falso juego de habilidad antes de hacer la oferta. El juego inicial no lo ganaba quién tenía más habilidad, pero los participantes pensaban que era así. Quedó demostrado que los que ganaban en el juego inicial (pensando que estaban más cualificados que la otra persona) hacían un reparto más egoísta durante el juego del ultimátum. Lo contrario también ocurría, quién perdía en el juego inicial hacía una oferta más equitativa. Otra variante del experimento demostró que aunque esto ocurre así con cualquier tipo de juego previo, ocurre con más fuerza si el juego previo es percibido como juego de habilidad que si es percibido como juego de azar. Haber ganado antes hacía pensar que se tenía un estatus superior y por lo tanto se podía ofrecer menos dinero al otro participante.

Más sorprendente es la paradoja de la meritocracia en las empresas. En este experimento se demostró que si en una empresa la meritocracia formaba parte de sus valores, los directivos tendían a dar bonus, subidas salariales y ascender más a hombres que a mujeres con exactamente las mismas habilidades y méritos. La explicación que dieron los experimentadores es que al considerar que la empresa es meritocrática, el directivo ve menos sus propios prejuicios y considera que su opinión es la correcta con más facilidad. Si la empresa es meritocrática y él está ahí arriba es porque lo merece y tiene un juicio justo, ¿no?

Y el efecto más importante a nivel personal, a mi juicio, es el sentimiento de culpa que puede derivar de la creencia en la meritocracia. Creer que el que consigue más es únicamente porque se ha esforzado más tiene consecuencias cuando las cosas no salen como querríamos. ¿Esa universidad de prestigio no te ha aceptado? ¿No has conseguido el puesto de trabajo? ¿Han ascendido a tu compañero y no a ti? Culpa tuya, ¿verdad? Pues no siempre. Los factores externos (los que no dependen de nosotros) juegan un factor importante. No hay que justificar estas situaciones siempre con la suerte por supuesto, pero pensar que no juega ningún rol en ellas nos deja como únicos culpables de lo que nos sucede. Tenemos que conseguir una relación más sana con la meritocracia. Tenerla como objetivo y motor de nuestro esfuerzo, pero al mismo tiempo ser conscientes de que no todo depende de nosotros.

{Foto Florian Schmetz}