Dependiendo de donde vivas, con más o menos frecuencia (o lamentablemente nunca) tienes la oportunidad de votar. Es un acto importante para decidir el futuro político de tu zona o país. Es muy importante y no hay que dejar de ejercer ese derecho al voto como tanto nos indican durante las campañas electorales. ¿Pero es la única democracia que existe?
Lo queramos o no, cada día nos enfrentamos a una serie de decisiones económicas. De pequeña escala, pero económicas al fin y al cabo. Cada vez que vas al supermercado, cuando compras ropa, al ir a un restaurante… en cada uno de esos actos estas eligiendo un producto, un proveedor y con ello una forma de hacer negocios. Por decirlo de alguna manera, estas votando.
Si compras un producto envuelto en plástico, materiales reciclables o directamente compras a granel, estas votando por un tipo de embalaje. Si compras fruta de producción biológica o no, si compras producto de comercio justo o no, si compras ropa hecha en la otra punta del mundo o de producción local… siempre estas votando.
Por supuesto, no puedes votar todo lo que querrías, pues no hay infinitos productos que representen todas las opciones. A lo mejor te encuentras con unas manzanas que puedes comprar a granel y otras de producción biológica pero en un paquete envuelto en plástico. No tienes la opción (o al menos la opción fácil) de elegir manzanas de producción biológica a granel, así que tienes que decidir que valoras más o buscar otra tienda (si es que eso es posible).
También entra en juego el coste. Por supuesto cada opción tiene un precio diferente y no todo el mundo tiene la capacidad para «decidir» por unos valores. Para muchos es simplemente más importante poder llegar a fin de mes. Cada uno tenemos cierto margen de acción y podremos elegir en función de este. Luego está el tema del tiempo. ¿Puedes estudiar todas las cadenas de producción de todos los productos que consumes? Te bloquearías en el pasillo de los yogures sin llegar al del papel higiénico.
Por supuesto que no todo se puede elegir con nuestro consumo (ni se debería). Los gobiernos tienen que ser los encargados de establecer normas que las empresas tienen que respetar y no corresponde al consumidor ejercer de policía empresarial. Pero pongamos un ejemplo donde las decisiones de los consumidores cambian los productos que vende una empresa:
Coca-Cola y Pepsi están sacando cada año nuevas bebidas menos azucaradas o directamente están empezando a vender agua. ¿Acaso los directivos han decidido cuidar la salud de sus clientes? ¿Hubo alguna ley que les prohíba vender alguna de sus bebidas tradicionales? No, los consumidores están más preocupados por el efecto del azúcar en su salud y también desconfían de la calidad del agua del grifo (esto último, muy triste). Desde 2017 en Estados Unidos se compran más botellas de agua que de soda.
No digo que la subida del consumo de agua embotellada sea algo positivo, pero el descenso en el consumo de sodas es más que evidente.